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La llamada telefónica—la llamada que todos esperaban, y todos temían—llego a las 2:00 am. “Tenemos un corazón para Pablo*,” dijo la voz. Todos esperaban la llamada porque Pablito de 12 años  había estado en la lista de trasplante de corazón durante muchos días, y dentro de poco tiempo su condición empeoraría tanto que él ya no seria considerado como un buen candidato para un trasplante de corazón. Cuando sucediera eso, sería quitado de la lista, llevando consigo su última esperanza. Pero en ese día, Pablo y su familia estaban a punto de recibir un regalo increíble–el regalo de un nuevo corazón, el regalo de una nueva vida.

La Biblia nos dice que todos estamos en una condición peor que la de Pablo, pues más que esta vida está en juego.  Merecemos la muerte eterna, “porque la paga del pecado es muerte,” (Romanos 6:23) y “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Al entender el  lenguaje original en el último versículo, nos damos cuenta de cuán desesperada  es nuestra situación. La palabra Griega “destituidos” traducida indica una acción continua—continuamos siendo destituidos. El pecado no se trata simplemente de acciones pasadas, pero de nuestro estado continuo de existencia.

En tiempos buenos, es fácil de convencernos que no es así. Que somos personas  buenas— es cierto que no perfectas, —pero tampoco realmente malas.  Pero por allí el vecino consigue una promoción y un aumento  de sueldo que nosotros habíamos esperado, o tal vez se compran un carro nuevo, y nosotros descubrimos que hay envidia en nuestros corazones. O tal vez vemos una modelo o una actriz encantadora y pensamos. . . Bueno, solo digamos que la codicia hace sentir su presencia. Quizás un carro corta adelante de nosotros en tránsito, y nosotros descubrimos un nivel de enojo que nos sorprende. Cuanto más revisamos honestamente nuestra vida, más vemos que lo que dice el versículo si es verdad.

Como lo describe un ateo joven y profesor de la universidad de Oxford, “ Por primera vez me examiné a mi mismo, con un propósito profundamente práctico. Y allí encontré lo que me sorprendió: un zoológico de concupiscencias, un nido de ambiciones, un invernadero de temores, un emporio de odios. Mi nombre era Legión.” (C. S. Lewis, Cautivado Por La Alegría) Todo este pecado, es dicho, sale de nuestros corazones pecaminosos. “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo, porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lucas 6:45). En realidad, son nuestros corazones pecaminosos los que ocultan la maldad verdadera que hay en nosotros, porque “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso;” (Jer. 17:9).

Entonces nos damos cuenta  que como Pablo, nuestros corazones son el origen de nuestro problema. No mejoraremos. Ningún régimen o  tratamiento nos ayudará—nuestros corazones defectuosos deben ser remplazados o nos moriremos. Ancho tuvo que pasar una lista y la espera. Ninguna cantidad de dinero podría comprar lo que el necesitaba. Si nadie le daría un corazón,  Pablo moriría.

Nuestro caso es semejante, pero la Biblia tiene noticias maravillosas para todos nosotros en esta situación desesperada. Nos dice que tal regalo está disponible: “ Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26).

Aún mejor, no hay lista de espera, este corazón de repuesto está disponible inmediatamente, y una vez que remplace nuestro propio corazón, no solamente continuaremos a vivir, sino que también disfrutaremos de una vida de diferente calidad.

Todos temían la llamada telefónica porque el procedimiento implicaba riesgos graves. Antes que el corazón sano pueda ser implantado, el corazón de Pablo tendría que ser removido. Una vez que comience la cirugía, no podrían mirar hacia atrás. Con todos estos pensamientos, los padres de Pablo se levantaron en la oscuridad que hay antes de la madrugada, preparándose con Pablo para ese viaje decisivo al hospital. Una vez allí, vieron a su hijo siendo llevado por los doctores.

Nosotros, también, debemos pasar por un tipo de muerte primero. De igual manera que Pablo tuvo que permitir que los cirujanos remuevan su corazón antes del trasplante,  nosotros debemos  entregar nuestro corazón natural. Debemos reconocer que necesitamos más que un retoque aquí o allá, más que un pequeño ajuste o una pequeña corrección—necesitamos una cirugía radical. Nada menos hará.

Este riesgo aterrador dio una razón por la cual Pablo y sus padres temían la llamada que un corazón había llegado a ser disponible. Y aunque los padres se alegraran de la oportunidad de una mejor vida para su hijo, otra realidad más sombría imponía. Reconocían que el mismo hecho que les daba a ellos una nueva esperanza, le había destruido las esperanzas a otra familia. La oportunidad de Pablo para una nueva vida, llego al costo de la muerte de otra persona.

Nuestra oportunidad para un trasplante de corazón espiritual, para la salvación del pecado, para una mejor vida aquí y ahora, y la vida eterna después, también viene al costo de una vida. “Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).  Nota que Cristo murió por nosotros no “cuando fuimos dignos,” o “cuando obedecimos la ley de Dios perfectamente,” o aún “cuando nos dimos cuenta nuestra necesidad,” pero “siendo aún pecadores”.

El corazón de Pablo sólo iba a empeorar sin un trasplante. Su necesidad desesperada lo hizo elegible. Y tuvo que depender de alguien, en algún lugar, dando el regalo de un corazón sano. Ningún corazón estaba de venta, y si lo fuese así, él y su familia tenían el dinero para comprarlo. Nuevamente, lo mismo es verdad de la salvación: “ Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva (el regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (Romanos 6:23). Así que encontramos que el mismo versículo que nos advierte que hemos ganado la muerte, también anuncia el remedio como un regalo.

El regalo más grande y más valioso de toda la eternidad. No tenemos que estar en una lista, no tenemos que esperar. Lo podemos tener aquí y ahora, solo debemos pedir. Hemos visto los pasos. Simplemente reconoce tu necesidad, confiesa que necesitas este corazón nuevo, y pídele a Dios que te lo de. No existe una fórmula mágica, no hay palabras específicas. Solo pide. Pablito salió de su operación de trasplante de muy buen ánimo. Él no sólo tenía un corazón nuevo, tenía una nueva vida. Pero tuvo que aprender a vivir esa nueva vida. Cuando recibimos nuestro corazón nuevo, también tenemos que aprender cómo vivir una vida nueva. Dios ha provisto a la Iglesia, una comunidad de otros que han recibido nuevos corazones, para ayudarnos a aprender a vivir esa nueva vida. Puedes encontrar ayuda en la búsqueda de un nuevo corazón, y en la localización de una iglesia, yendo a www.glowonline.org/contact/. ¡Disfruta del regalo!

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